jueves, 13 de enero de 2011

"Danza como colisión de fuerzas y construcción de territorio" Por Juan Fernando Mejía


Notas sobre BALDIO


cuando el cuerpo visible se enfrenta cual luchador a las potencias de lo invisible, no les da otra visibilidad que la suya.
Gilles Deleuze - Francis Bacon, Lógica de la Sensación

Próximamente en:
http://www.teatromayor.com/?pagina=obra&teatro=estudio&id=77

No existe la historia de colombia, no hacen sentido los temas habituales en las artes, en sus formas de lidiar con la violencia, con los rastros de la misma. Con sus deudos, sus víctimas, su duelos y su memoria. No se trata de relatos ni de causas, de conducir a la explicación, las paces o la responsabilidad. Las formas de la afirmación de la vida, las formas de la resistencia a la muerte se multiplican, el escenario es un ámbito en el que proliferan las fuerzas, los vectores se modifican entre sí gracias a sus coliciones, a sus superposiciones.

Un boxeador, percusión/respiración en el silencio;
el hombre de torzo desnudo, puños enfundados en guantes, un saco de golpear, detrás del cual, cuando la luz se hace más amplia, una mujer recibe, contiene, sufre los golpes.
El boxeador continuará sus golpes, su entrenamiento, su práctica de golpes y agilidad, su atletismo del ritmo y de las intensidades marcará la totalidad de esta experiencia. Cuando veámos, y cuando no veámos ya, cuando el foco vuelva del todo a él y su respiración sea replicada en la penumbra, el signo de sus pasiones y de su poder habrá cambiado. Tal vez se habrá invertido del todo: desde la agresión y la capacidad de herir, el boxeador llegará a convertirse en resistencia a la penumbra, en respiración a pesar de la muerte, tras experimentar entre tanto un número de transformaciones y afecciones que aún está por determinar.



Un bailarín pliega el cartón de una caja, su equipaje; el espacio de la danza no es aquel sobre el cual este cuerpo gravita y se dobla, el espacio es este cuadrado que el bailarín va doblando hasta hacer de él una caja, esta danza es portatil, es un equipaje que busca un lugar para establecerse, un sitio para estar, manteniendo a veces y renunciando a veces a la ilusión de que tal lugar sea por fin un sitio donde quedarse. Hay que contar con los baldíos, espacios vacíos que acogen provicionalmente a los errantes y, en muchos casos, terminan por volverse destinos, hogares, promesas sobre las cuales se construyen versiones del espacio que ya no lo es (baldío)

Mujeres visten trajes estampados, emergen con el calzado de tacón que amplifica sus pasos y crea ecos que se repiten, amplifican y resuenan (percusiones y feedback)

Dos hombres (¿dos? figuras humanas), se las arreglan para cargar consigo mismos, encuentran una manera de llevarse y disponerse, abarcarse, abarcar el espacio, o contenerse, llevarse a sí mismos: el cuerpo es su equipaje que puede extenderse como una estera, recogerse como un petate, en un rollo. Equipaje y lugar de paso.
Equipaje y prisa.
Equipaje e historia. Este ha tenido que marcharse justamente cuando … (y no hay que decir la hora ni el día, ni la fecha, sino un cuando, que dice la simultaneidad, esto es la intersección entre la historia de la huída y la vida en la que esa huída se hace obligatoria, necesaria)

A dónde? este lugar no es un lugar, es un baldío, es decir vacío y al mismo tiempo disponible, un lugar para conquistar o apropiar.
depronto, las presencias hacen la llanura, no por evocación ni semejanza: si hay signos son fuerzas, de labor, de trabajo, de ocio.

Un hombre lleva a cuestas una mujer.
Pendencias
Prendas. Lo que ha quedado en prenda y las prendas con las que nos hemos quedado.
Siempre hace calor en este rectángulo negro que recorremos y que se va poblando de reverberaciones.

El canto, canto de vaquería.
Labor.
Dos lados de la labor, ambos se han hecho danza, el bailarín es trabajador, el bailarín es támbién animal de labor, el bailarín/la bailarina es ganado y está acorralado, marcado y liberado


el baldio no es lugar originario, edén, tierra virgen
puede ser también tierra abandonada, dejada por uno y otro y otro, que se hacen muchedumbre, aluvión, una masa de cuerpos abrazados que una mujer arrastra
no necesariamente como el peso del recuerdo,
una mujer arrastrará esta masa de cuerpos que se abrazan y se empujan unos a otros, yacentes sí, pero palpitantes, esta mujer, vientre enchido, porvenir, naciente, exceso
llama, grita, declara, declama
abre la manada y enfrenta a la bestia (una bestia que le teme a ella mucho más de lo que ella le teme)

lo que llevamos y lo que tenemos que dejar
lo que nos rebasa y se queda, lo que nos rebasa y nos da campo
lo que nos supera en todas direcciones, lo inabarcable que todavía nos permite huir y soñar con un hogar. Una voz habla de construir mientras otras voces han hablado de la queja y del obstáculo.

Las voces dicen, ante todo con la velocidad
es una función similar a la que cumple el motivo del joropo que aparece con cada uno de sus instrumentos
la intensidad de las maracas
Tercreo Excluído ha vuelto sobre el motivo de la velocidad y lo que la velocidad hace con el cuerpo.

En un punto es claro que los bailarines han estado jugando en un estanque de fuerzas, atravesado por intensidades de muchos estilos, si fueran trayectorias atómicas, habría configuraciones, estabilizaciones, caudales y turbulencias.
El caudal se va haciendo unánime, un recorrido de muro a muro, dos recorridos y restan tantos, tres recorridos y restan tantos, hasta que solamente un átomo en equilibrio inestable sostiene una trayectoria a pesar de chocar y chocar.
Un átomo persiste en una trayectoria a pesar de que el caudal se hace unánime.

domingo, 9 de enero de 2011

LOS OMÓPLATOS


Los omóplatos: vestigios de una mortalidad adquirida

Por: Natalia Orozco


Cuando surcan los cielos son liberados de la fuerza de la gravedad que los ata a la tierra; no necesitan alimento alguno, ya que son completamente autosuficientes. Nunca aterrizan en la tierra, habitan exclusivamente en las más elevadas regiones del aire, también duermen en el aire libre de las alturas; se aman bajo cielo abierto y no parecen necesitar otra cosa que altura y amplitud, como si tuviesen la capacidad de autoabastecerse a través del cordon umbilical de su propia bienaventuranza. El único momento en la vida de estos pájaros divinos en el que esta existencia libre de todo lazo corre peligro de ser perturbada existe solo en el comienzo. Pues al ser criaturas libres de los lazos terrenales, los pájaros divinos depositan sus huevos en el aire. Mientras el huevo cae desde muy alto para encontrarse con la tierra, el sol lo incuba. Si la madre ha volado lo suficientemente alto, el tiempo que pasa hasta que la joven criatura sale del cascarón basta para que el huevo que sigue cayendo a la tierra reviente desde dentro; entonces el joven pájaro divino sale del cascarón al aire libre, siente el golpe del viento en las plumas, se inicia en la caída libre, despliega sus alas y empieza de nuevo a ascender…”[1]


Pero si el joven pájaro no cuenta con la fortuna de poder corresponder el tiempo de la caída con el despliegue de sus alas, chocará con la tierra; y, si aún insiste en la vida, tendrá que resignarse ante la gravedad y aprender a andar por sí mismo.



Un pequeño tirón aparece entre mis omoplatos luego de escuchar la voz inmersa entre las palabras escritas de Sloterdijk sobre la historia de los pájaros divinos. Efectivamente, a veces, entre ellos, los omoplatos, se encuba un dolor intenso que parece no tener causa efectiva de su aparición. ¡Y valla cosa! Este dolor visita mi cuerpo cuando la precariedad de los comienzos me causan escosor. Este relato de la tradición oral indú sugiere agregarle una pre-historia a los contornos que tienen ese par de escápulas sueltas que llevamos a cuestas. Pero también añade algo más a nuestra historia de pájaros divinos despeñados: nuestro comienzo, el tiempo de VENIR al mundo. Ese tiempo transitivo, no contemplativo, en que fuimos paridos, tiempo-viaje, en el cual se desliga a un otro y nos desprendemos en caída libre para ESTAR en el mundo[2]. Tiempo de tránsito intrauterino donde la asfixia, el peso, el desprendimiento y el desligamiento son nuestras primeras sensaciones corpóreas. Cada uno guarda en su cuerpo la memoria sin recuerdo de dicho tránsito único y singular; sin embargo, todos tenemos un vestigio común en la espalda: tenemos las alas atrofiadas.



Los omóplatos son huesos casi flotantes, unidos con la clavícula y el húmero a través de complejas intersecciones musculares. A veces, entre omóplato y espina dorsal se deposita un dolor que parece coincidir con un estado de encogimiento vital; tal vez, ese dolor nos hace saber de aquel tiempo transitivo que no es traducible a una enunciación lingüística sino apenas manifiesto en una reiteración corporal. El día que vinimos al mundo nos desprendimos de un otro, chocamos con el paso estrecho y asfixiante del tránsito y marcamos nuestro cuerpo con la atrofia de la mortalidad: los omoplatos. Nuestras escápulas, son entonces los vestigios de una pre-historia; de un tiempo en el cual tuvimos la oportunidad, como pájaros divinos, o de iniciarnos en caída libre y desplegar las alas para de nuevo ascender, o, de caer y condenarnos a nuestra propia libertad.



Como integrantes de una cintura no articulada con la espina dorsal, las escápulas tienen una movilidad que los de abajo, los huesos iliacos alcanzan a imaginar solo cuando se vuelven morada para un otro... Flameando en nuestras espaldas, los omóplatos tienen la forma de alas atrofiadas. Parecen la impronta de lo que la pelvis testimonia cuando se rompe la calma súbita del feto que se ha sido, del pájaro divino. Y, en el momento de nacer, precipitándonos hacía el suelo grávido del mundo, lloramos, berreámos muy duro, y creamos el rastro corpóreo de una naturaleza adquirida: somos criaturas paridas que tendrán que volverse parteras de sus múltiples nacimientos.



Mueve tu omóplato izquierdo, siente la independencia que éste tiene en relación con el derecho. Toma el omóplato de otro humano despeñado, agárralo, entra con tus dedos detrás de él y percibe su forma pero sobre todo su condición flotante; ahora cambia, recibe tu la inquietud de los dedos del otro en tu omóplato y sentirás el placer del desprendimiento de esa planicie en la espalda, el regocijo anatómico inmediato que también parece ancestral. Bien, toma ahora los huesos iliacos de otro, dibuja sus contornos con tus dedos, y, te darás cuenta que aunque están separados uno del otro, son un mismo timón manejando una muralla móvil creada entre el sacro, el pubis y los iliacos. Empuja un iliáco y toda la muralla pélvica te responderá. En este espacio-tiempo, en nuestra cintura pélvica, segmento de nuestro cuerpo hay una habitación sólida para un otro, para guarecer el tiempo contemplativo de la gestación. Y es en este tiempo cuando la pelvis es flexible, da lugar, posición, inteligencia.



Entre estas cinturas nos movemos, entre ellas nacemos una y otra vez. Ellas parecen relacionarse intensivamente a través del tiempo, tiempo contemplativo de la gestación, y el tiempo transitivo del nacimiento. Una vez precipitados ante el suelo, con tan corta edad, no podemos recordar el tránsito intrauterino. Pero algo de ello se vislumbra en cada creación-gestación posterior. Todo comienzo tiene una pre-historia, un tiempo contemplativo de gestación, una sensación de inmortalidad y, sobre todo, tiene una marca, un instante transitivo de asfixia, de caída, de desligamiento, de desprendimiento, una vivencia primera de nuestra mortalidad. Creo entender entonces por qué cuando creamos, cuando parimos, nos desligamos y al mismo somos paridos, nos desprendemos quedan ciertas sensaciones corpóreas intraducibles al habla que interrumpen el caminar, el dormir, el comer, el cuidar. Una cierta precariedad nos hace tambalear. Y solo desde allí, y creo poder decirlo desde el equilibrio precario que es el acto de danzar, es posible comenzar de nuevo[3].



[1] Sloterdijk, Peter, La poética del parto en Venir al mundo, venir al lenguaje, Lecciones de Frankfurt, traducción de Germán Cano, editorial Pre-Textos, 2006, Valencia.

[2] En nota del traductor Cano del texto Venir al mundo, venir al lenguaje, se aclara que la palabra alemana “entbindung” significa a la vez desligamiento, desprendimiento pero también parto. Ibidem.

[3] Este pedazo de afecto ha sido empujado y provocado por las imágenes filosóficas y poéticas creadas por Peter Sloterdijk en su texto Venir al mundo, venir al lenguaje

sábado, 1 de enero de 2011

Baldío, creación 2010 de la Compañía de Danza Tercero Excluído













Silenciar es acentuar la superficie, emocionar el espacio; sonar es crear una conmoción, un síntoma…


El cuerpo suena, enfrenta su límite y la voz deja de hablar, sale, grita, empuja, embiste el lugar construído de los territorios parlantes. La tierra que pierde sus voces, sus cantos, sus llamados, pierde sus rutas, los mapas donde transitan los afectos dados entre lo humano y lo animal. Baldío, parte de una indagación por la voz y su inminente gestación: el espacio.



Un territorio que ha sido violentado por el conflicto de su apropiación, es un territorio herido en su voz. Las movilizaciones forzadas silencian las simbiósis vocales tierra-animal-humano que sostienen la topografía afectiva de las comunidades. El canto, el llamado, cantan el límite de lo tanático y lo erótico y lo hacen íntimo, abren la zona baldía de los quebrantos y los deseos, lo irreparable de nuestro estar.





Baldío va y viene continuamente entre la literalidad de las zonas baldías, la manada, el arreo, los cantos de ordeño y lo figural de los territorios afectivos entre varios, entre dos, entre la soledad, entre lo irreparable.


Próximamente en:

http://www.teatromayor.com/?pagina=obra&teatro=estudio&id=77






Sobre la ficha técnica:


Creación Colectiva

Dirección: Natalia Orozco

Asistencia de Dirección: Juliana Rodríguez

Intérpretes Creadores: Adriana Caro, Carolina Van Eps, Eduardo Oramas, Jorge Salcedo, Juliana Rodríguez, Natalia Jaramillo, Natalia Reyes, Marco Gómez, Rafaél Duarte, Rebeca Medina

Entrenamiento de Voz: Raúl González (Numerao)

Dirección músical (música llanera): Raúl Gonzále (Numerao)

Diseño sonoro: Ana María Romano

Iluminación: Alexander Gümbel

Vestuario: Compañía Tercero Exlcuído

Divulgación: Rafaél Duarte

Producción: Marco Gómez

Entrenamiento corporal: Natalia Orozco, Eduardo Oramas

Duración de la obra: 1 hora



Beca de creación en danza de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, 2010.

Obra de danza co-producida por la OFB, Compañía de Danza Tercero Excluído y Espacio Ambimental.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

martes, 22 de septiembre de 2009

NO NOS QUITAMOS EL HÁBITO PARA IMPROVISAR




Abril de 2009
Por: Natalia Orozco


“Lo nómada no tiene historia, sólo geografía”
G. Deleuze
“Lo más profundo es la piel”
P. Valery



Lo que sigue es un registro de seis situaciones trazadas de historias y geografías, un mapa de tiempos y espacios paralelos, simultáneos, de situaciones ocurridas en los surcos de nuestro cultivo; un intento no primero emergido allí, en los intervalos de lo que suele tener importancia, en esos pequeños aposentos donde transita la sangre y la orina a la vez, donde se mezcla la vida y la muerte, donde habitamos nuestra propia contradicción.

Hábito…

Hace algunos años, para Amalia, las maletas junto a la puerta eran un símbolo de un romance en puerto, sin ancla, listo para salir cuando su conspiración, el amor, cediera lugar al aburrimiento. Pasaron un par de años y las maletas siguieron junto a la puerta, no se movieron; a veces veía en ellas una barca, pues, adentro, los cepillos de dientes se separaban una que otra vez, la ropa no encontraba su armario, los libros se sentían más a gusto en la mochila que en la biblioteca; pero también, adentro, el ritmo de los afectos parecía semejar el viaje de dos amantes hacia una isla sin puerto, sin barca, hacia Tuvalú. Adentro, los afectos, a diferencia de las cosas que lograron colonizar un lugar, revolucionaban cada instante. Las maletas no se han movido; por ahora, no parecen ser sinónimo de huida, sino más bien de mudanza, de aquella movilidad permanente que ha determinado sus ritmos, afectando el adentro y sugiriendo que el viaje se ha hecho allí, en el habitar del día a día .

Basta crear un hábito y una experiencia para que la imaginación avive una idea. En un corto tiempo, nuestros cuerpos han empezado a moverse juntos; el hábito de juntarnos algunas mañanas en la semana ha hecho que el tiempo se ajuste en cada cintura para ser cada vez más permisivos al encuentro. Fundando silencios, insistiendo en volvernos vehículo, transitando entre el adentro y el afuera, entre lo cercano y lo distante, entre la polifonía del acá y el ahora y la constante de nuestro pulso, vamos habituándonos a movernos en superficies móviles, escuchando el valor que tiene el peso de cada cuerpo; escuchando, también, el peso de cada afecto. Un tiempo siguiente para volver a conocer lo curvo y lo plano, para habituar el cuerpo a estar despierto y atento en medio del vértigo que nos produce la caída y transformar el colapso en una inmersión acuática; un tiempo segundo para volver a tocar, a cargar, a cuidar, a entregar, a confiar. Y un tiempo tercero para avivar los sentidos, para habitar la experiencia, para improvisar; y para ello, una primera tarea: vernos… ser insistentes con la atención, repetir la observación una y otra vez hasta ir encontrando en el otro algo que se deje seguir, algo que nos invita a danzar en con-tacto. Esa invitación la reconozco, la puedo capturar, anticipar; y, sin embargo, todo encuentro es una cita; hay algo siempre impredecible, algo que surge en esa mudanza lenta e invisible que ocurre en el hábito de lo mismo. La danza contacto, antes de ser una práctica de creación es una experiencia profunda de percepción; antes de ser una técnica de entrenamiento, es un entre-tener la atención; antes de ser antítesis de lo formal, es un canto a la impredecibilidad de lo habitual.

Presente…

En febrero de este año, para el festival de danza Improntas del Cuerpo de Espacio Ambimental, volvimos a con-tactar a Dominik Borucki, esta vez con su compañera colombiana Claudia Cardona, para interpretar un dueto de danza-teatro llamado El arte de volar o the magical Kschiling box. Antes de la función, Dominik, bailarín alemán, residente en España, con un corazón alimentado en gran parte por Latinoamérica y especialmente por Colombia, nos regaló una conversación pública sobre su forma de vivenciar el arte escénico. Inquietados por su proceso de interrelacionar la danza, el teatro y ahora la música, le preguntábamos a Dominik cómo percibía y creaba en ese intersticio escénico. Su respuesta ponía de manifiesto que gran parte de nuestra educación occidental partía de una analítica corporal. Durante muchos siglos hemos aprendido a saber de nuestro cuerpo desde su división y separación cabeza/mente y cuerpo. No es gratuito que la tensión casi siempre se localiza en la zona del cuello, justo ahí, donde hacemos esa división entre cabeza y cuerpo, entre voz y movimiento, entre pensamiento y acción. Y esta separación ha conllevado a que el arte escénico, entre otros, divida igualmente sus potencias y entonces hablemos de teatro, de danza, etc. Aprendemos a danzar con la idea de tener un cuerpo que, por un lado, se mueve/actua y, por otro, piensa/habla.

Lo que ha sido interesante en el trayecto escénico de Dominik es recuperar y vivenciar en la acción escénica y en la vida misma el cuerpo que siente, piensa y actúa a la vez. Y esa recuperación consiste en una atención al presente del cuerpo. Estar presente, tener presencia, insistencias en la pedagogía de Dominik, parecen advertir la necesidad de tener un proceso abierto y constante de autoretroalimentación corpórea. En este sentido, podríamos decir que lavarse los dientes en casa y danzar en la escena sólo se distinguen cualitativamente por el estado de autopresencia que desarrollamos en cada acción. Cuando me lavo los dientes en casa, mi acción y mis ritmos están determinados por el objetivo: que queden bien limpios. Pero si me lavo los dientes en la escena, sin hacer de ello una representación, el objetivo anterior se pierde, por que dejo de lavarme los dientes y me suspendo entre el sabor de la crema, la dureza de las cerdas, la movilidad de mi mandíbula, la obediencia de mi lengua abriendo lugar para saborear un poco más.

Ya en nosotros mismos establecemos fronteras entre nuestros medios comunicantes. Y, cuando estas fronteras existen, cuando es uno el que habla y otro el que se mueve, aparecen otras que dividen el actor/bailarín de su entorno. Presenciando el solo de Dominik, I am my own Television, en la programación de Zona D.C, en el teatro R101 de Bogotá, éramos testigos, quienes estábamos ahí, de ver un cuerpo presente, afectado por cada respiro nuestro y por todo a la vez. Una puntilla en la pared, un espectador saliendo del aforo, la altura de la ciudad, la pata de la escena, nosotros espectadores, todo estaba conectado a través de la danza de Dominik. La puntilla se hizo inmensa, como inmenso fue el espectador que huyó. Éramos testigos de su constante retroalimentación. Tanto en el solo como en el dueto mencionados, la voz era un miembro corpóreo con dinámicas, tonos, velocidades, aire que sintonizaba su movimiento no solo con el resto de los miembros corporales, sino también con el entorno presente.

Juliana Rodríguez, una intérprete del movimiento que encarna esa formación escénica integral, pues se le ha escabullido intencionalmente a la analítica académica de la escena, insiste, después de nuestras sesiones de danza contacto, en la integridad de esta práctica, en la capacidad que tiene de trabajar con todo el cuerpo que somos y con todo lo que somos en el cuerpo… Al finalizar el libro primero del Tratado de la Naturaleza Humana, David Hume, después de un lenguaje filosófico, empieza a cambiar el tono de su escritura hasta hacerse enteramente personal, llena de afectos, de fluctuaciones, de contradicciones; una escritura hecha con la atención a lo que pasa en el cuerpo mientras piensa. Este cambio, dice Adrian Cussins, es necesario en el estudio que hace Hume, pues él no pretende hacer una Teoría de la Mente sino una Teoría con Toda la mente:

Antes de lanzarme a las inmensas profundidades de la filosofía que yacen ante mí, me siento inclinado a detenerme por un momento en mi situación presente y a sopesar el viaje emprendido, que requiere sin duda el máximo arte y aplicación para ser llevado a feliz término.… La memoria que guardo de errores y confusiones pasadas me hace desconfiar del futuro. La mezquina condición, debilidad y desorden de las facultades que debo emplear en mis investigaciones aumentan mi aprensión…


Tacto…

Cuando nacemos, el sentido que tenemos más desarrollado es el tacto. Poco vemos, oímos solo algunos tonos, algo olemos y saboreamos; pero, en cambio, sentimos vivamente el calor de los pechos de la madre, nos duele el frío; nos amamantan y descubrimos el placer, ese estado de suprema alegría. Y cuando nos enamoramos, es el tacto el que tiene la palabra; dejamos de ver, de oír para oler y tocar y con ello saborear la pasión. Y si esta vez ya no somos bebés sino madres, sabemos del estado del hijo(a), porque el tacto es nuestro maestro, es allí donde se desarrolla un conocimiento del estar de los dos. Madre e hijo(a), humanos y animales, desarrollan una danza contacto cuando se lamen, cuando se tocan: del proceso de adaptación o sintonía afectiva emerge un poder de anticipación en cada uno de sus movimientos que, como los enamorados, sintonizan el abrazo, el beso, la caricia. El sentido del tacto parece relevarse cuando crecemos y el mundo nos entra por los ojos con suprema violencia. Tocar se vuelve una experiencia perdida entre la instrumentalización de tener, agarrar, llevar, etc. y tocamos todo como lavarnos los dientes para que queden bien limpios.

Volvemos a entre-tener el cuerpo en con-tacto, para saber de él desde la temperatura, el peso y la piel del otro cuerpo. La danza contacto es un juego con lo más primario pero también así con lo más trascendental: el tiempo (ritmo) y el espacio (superficies). Tocar, estar en con-tacto, materializa ritmos y sintoniza superficies. Cada relación que tenemos con el mundo y con los otros parece estar primariamente definida por los ritmos y los espacios que construye. ¿O acaso no es cierto que cuando recordamos un encuentro lo que recordamos es el ritmo de superficies en contacto?

Anticipación e impredecibilidad o historia y geografía…

En una mesa de conversación organizada en Philoctetes, centro para los estudios multidisciplinarios de la imaginación , donde se encontraban presentes Steve Paxton, iniciador de la danza contacto, Maxine Sheets-Johnstones (moderadora de la mesa), filósofa interesada en la fenomenología y los conceptos corporales, Robert Fagen, etólogo, Joanna Gewertz, especializada en danza terapia y Daniel Stern, reconocido psicólogo por su estudio en el comportamiento de los bebés, se discutía sobre la experiencia no lingüística común entre el juego del animal, la sintonía afectiva entre madre e hijo(a) y la improvisación de contacto. Johnstones iniciaba la conversación poniendo a consideración la categoría The Thinking Body –el cuerpo pensante- para pensar en esa dimensión común no lingüística del juego, del suceso creado en el momento. Por ahora, quisiera traer a este registro la idea más viva en mi estado actual. Steve Paxton, en una de sus intervenciones, afirmaba que en la práctica de la danza contacto hay una constante, muy similar a la constante del juego de los demás mamíferos o del affect attunement -sintonía afectiva- entre madre e infante. Hay algo que la mente va entrenando y por lo tanto, puede anticipar en el acto de estar en con-tacto. A pesar de que la estructura que se construye en el momento no es sintáctica, sin embargo y después de una práctica habitual, hay un poder de anticipación que permite leer la intención del otro, que permite sintonizar ritmos y movimientos. Esa constante propia de los tres ejemplos mencionados (el juego de los mamíferos, sintonía afectiva entre madre e infante y la danza contacto) parece ser distinta a la experiencia construida en las piezas coreográficas como, por ejemplo, “Rebelations” de Alvil Ailey. En ella se construye un evento que tiene una impredescibilidad creada desde la conformación de materiales quinéticos que no son enteramente orgánicos, donde hay una multiplidad de comportamientos que sería bastante raro ver en el juego de los mamíferos o en la sintonía afectiva madre e infante.

Vuelvo a Dominik: tenemos una historia que es menester siempre re-conocer; volvemos a ella para saber un poco más de nosotros mismos; vamos atrás, a los abuelos y más allá, para darle tierra a las relaciones que cultivamos ahora; vamos atrás una y otra vez, y descubrimos constantes, eventos que se permiten seguir unos de otros. Pero, así también, tenemos una geografía que es preciso rastrear; se encuentra acá, ahora, en los bordes que franquean el futuro con el pasado, en el presente que fluye como el río y en el que no podemos sumergirnos dos veces . Y aquí, tan cerca, está la improvisación; no allá en las causas de las cosas, sino en sus efectos, donde se intensifican los afectos que, en tanto nómadas, solo transcurren y son de naturaleza geográfica. El hábito de encontrarnos cada mañana teje una historia que hace posible observar al otro en sus dinámicas; pero también superpone una geografía de los trayectos que se instauran afectivamente en cada repetición. El viaje de Amalia en el día a día es su conspiración, su geografía que aviva su historia habitual.

La danza contacto es una cartografía danzada de los afectos. La práctica no entrena una habilidad formal, sino temporal: dejar transcurrir el presente; estar ahí, sin inmunidad al ahora. Cada cuerpo está ahí con lo mismo y sin embargo, en cada juego dejamos de ser los mismos y probablemente emerge algo nuevo. El cuerpo que habita su geografía, la normatividad social lo esconde, lo niega; hablamos de historia de los cuerpos, además con seriedad y soberbia pues allí se sostienen los argumentos que lo analizan. Pero poco decimos de sus geografías, de los rastros de sus afectos, pues ¿qué más peligroso para una normativización corporal que un cuerpo atendiendo a su propio presente móvil?


Percepción…

“Escuchar es una manera olvidada de mirar” A. Molano

En octubre del 2008, observando un ejercicio teatral llevado a cabo por unos niños en Paloca, un barrio a las afueras de Barrancabermeja, parada en un episodio más de la historia cruel de nuestro país, un director de teatro guiaba el ejercicio y sólo insistía en una cosa: “¡perciban, perciban, no se entretengan queriendo ser creativos!” La creación ha sido el antídoto para tratar las consecuencias de la normativización escolar, de la analítica corporal. Hoy la formación artística se argumenta desde su capacidad creativa. Pero poco hablamos aún de la percepción, de la capacidad que requiere el mundo de percibirse a sí mismo. En este registro y por ahora, me atrevo a pensar que la danza contacto no solo aviva capacidades perceptivas, sino que conlleva cambios profundos en nuestros ritmos y hábitos. Poco hemos jugado, pero la continuidad de la respiración, de la atención en la caída, de la observación del otro, de la confianza en lo que aún no se conoce, ha despertado en mí la tarea de reconocer lo espasmódico, lo que se cae y colapsa, lo que aparece abruptamente y se pierde sin rastro, eso que tanto hemos cultivado con la enseñanza de lo que “está bien y lo que está mal”, de lo “que sirve y lo que no sirve”. En la continuidad de la atención, de la percepción, estamos ahí sin juicio y una caída no es una estrellada contra el mundo sino una fluctuación que hace crear otro trayecto, otras dinámicas, otros contactos. Dándole tiempo y piel al encuentro, pareciera que estuviéramos geo-grafiando los afectos. Esa atención al cuerpo afectado y afectivo permite experimentar lo impredecible, que sin embargo está tejido en la anticipación de nuestros actos, pues estamos hechos de historia pero, sobre todo, vivimos porque somos geográficos.

Mudanza …

Observar sin focalizar, aprehender el paisaje que se forma, transformar en la constante, atisbarse en la caída para revertir los efectos de la gravedad y construir un nuevo rastro en la geografía de los afectos. Estas pequeñas tareas en las cuales insistimos nos reúnen para improvisar a pesar de nuestra permanencia, nuestras particularidades. Han tenido que pasar algunas situaciones geográficas e históricas, una barriga creciendo, unos senos amamantando, un proyecto de colectividad, unos amigos constantes a pesar de nosotros mismos, una insistencia en la forma simple del amor, para que hoy sea posible encontrarnos con algunos y con los que estén disponibles a investigar el contacto en movimiento que genera nuestra móvil superficie terrestre. ¿Que sería si nos inventáramos de nuevo un mundo no de la permanencia sino de la movilidad, no de los colapsos sino de la continuidad? Por ahora, sigo al maestro de teatro y no me entretengo con querer ser creativa de repente.

Por ahora, siento querer detenerme más; parar y escuchar al otro y lo otro, entrenar el oído, no sólo el órgano sino el sentido sinestésico de la escucha. Esto cuesta mucho en la danza contacto como en la vida misma. Requerimos de abandonar el propio bullicio, la torpeza del ego brincando, aullando: “ponme atención, ponme atención”. Esta es la proeza del clown: acallar el bullicio para agrandar la fragilidad que nos constituye, enfrentándonos a nuestra propia contradicción y transformar la caída en un nuevo rastro geográfico.



Cómo aprendemos? cómo entrenamos? cómo creamos tiempo y espacio cada vez que nos encontramos? Estas preguntas que me hago antes de ir a la sesión de la mañana parecen no ser distintas a la que me hago en mi habitual estar: cómo vivir con todo lo que somos, o mejor aún, a pesar de lo que somos, haciendo del “a pesar” no una reducción sino un énfasis en su sumatoria?

Hasta el momento, hay un tiempo que no coge juicio; somos algunos los que vamos intentando crear un hábito entre nuestras cinturas, espaldas, ojos, oídos, piel. Y este, un registro no solo particular sino afectivo, más geográfico que histórico. Pero de seguro que de la historia no nos escabullimos demasiado, pues vamos atrás al gateo, a la comunicación corporal, a los abuelos, a los años 70´s, a la casa dónde nació mi familia, a los pueblos que danzan y retornan cíclicamente, a las canciones de cuna que creíamos no recordar, a la médula espinal y nos hacemos una casa con ello, caminamos por ella, la recorremos muchas veces hasta empezar a borrar sus habitaciones estáticas, sus muebles, el orden de sus vestidos y, en el instante presente, miles de rastros aparecen, desordenados, móviles, caleidoscópicos y ahí… intuyo que improvisamos, que re-escribimos nuestra propia geografía y no estamos en el mismo río.

domingo, 19 de julio de 2009

Jam de Improvisación, Bogotá, 29 de Abril, 2009


Juliana Rodríguez y Adriana Caro, en Jam de Improvisación en Espacio Ambimental, Bogotá, Abril del 2009.

Espacialidades...

Las condiciones necesarias de la danza son el espacio y el tiempo. Sin ellas la posibilidad de percibir y por lo tanto decir de un cuerpo y de un cuerpo en movimiento no serían posibles. No obstante, su necesariedad no implica la atávica concepción del espacio y el tiempo. Las nuevas concepciones sobre la espacialidad, las nuevas epistemes geo-espaciales que cuestionan la linealidad histórica de los acontecimientos y se inquietan por la convergencia de miradas desplazadas en movimiento, nos permiten saber que quizás hoy no hablamos del espacio de la misma manera como lo hizo, por ejemplo, la filosofía cartesiana.


Tillman Dehnhard y Juliana Rodríguez en II Acto de Improvisación, Espacio Ambimental, Bogotá, Junio de 2009

Experiencias de movimiento como la danza de contacto, soportadas por la vivencia de superficies esféricas nos llevan a una espacialidad muy diferente a la vivenciada en la verticalidad de la danza clásica y moderna. La espacialidad de la danza contacto instaura un mundo en constante movimiento, posibilitado no solo por los ejes transversales de la verticalidad y la horizontalidad, que toman como referente el yo sino potenciados por los puntos de contacto creados entre dos o más cuerpos (dos a más yoes). La danza contacto no es ajena a las prácticas tradicionales donde la danza y su manera de asirse en la comunidad están mas relacionadas con una territorialidad colectiva que con una posición egocéntrica del movimiento. El topos no es solamente un fondo donde se asientan los acontecimentos sino una condición de confluencia y transformación. Es el territorio físico en el cual se crea un lugar de relaciones de las cuales emerge la danza como expresión de todo lo que atraviesa a los individuos y a las colectividades de un territorio. La danza en este sentido es un espacio donde la memoria se performa, esta en constante confluencia de tiempos, de afectos, y de espacios.